domingo, 21 de diciembre de 2008

El mundo es un cuento.
Está lleno de monstruos, que no son dragones, pero escupen igualmente su fuego de odio y arrasan los hogares de la buena gente; tampoco son caballeros oscuros, aunque ciernen su alargada sombra sobre los desgraciados a los que imponen su silencio; ni brujas con pócimas maléficas y sin embargo el veneno corre por las calles como el ácido por las venas de un cuerpo atormentado.
También está repleto de héroes, que no portan una brillante armadura ni tienen superpoderes ni son recibidos por la multitud como hijos de dioses, pero luchan cada día con toda su alma por cambiar el triste camino de la historia para poder brindar una oportunidad a quienes nunca oyeron hablar tan siquiera de ella; se enfrentan a los malos armados tan sólo con su corazon noble y una esperanza inagotable; perecen en su lucha con coraje. Son olvidados sus nombres, pero sin ellos no podríamos sobrevivir.
Existen, además, princesas que esperan ser rescatadas de su torre, construida a veces, sin saberlo, por ellas mismas, a veces, por malvados hechiceros, y peinan su larga trenza suplicando al cielo que un príncipe azul, un caballo alado o una cara amiga las saque de su cárcel para siempre.
Nosotros somos un cuento. Somos al mismo tiempo monstruo, héroe y princesa y nuestra eterna incertidumbre es saber cuál de ellos vencerá en la batalla interior.